viernes, 8 de mayo de 2009

LA EXISTENCIA, A CUALQUIER PRECIO


Simone de Beauvoir
Una muerte muy dulce



No sé si será una impertinencia por mi parte situar este libro de Simone de Beauvoir dentro del género elegíaco, eso sí, muy al estilo existencialista de inversión de las relaciones tradicionales (esencia-existencia), en el que se transvalora el género y en lugar de usarlo para llorar o lamentar la muerte de su madre, elogiando su figura, Simone lo usa para dejar testimonio de la existencia de una mujer, su madre, que a lo largo de su vida jamás tuvo notoriedad. Escribir sobre las seis últimas semanas en la vida de Françoise de Beauvoir sirve para totalizar su vida alejándola de la “memoria del olvido”.

Esta elegía no se vale del verso o la canción sino que es expuesta en un pequeño relato autobiográfico de carácter psicológico en el que se nos narran los más íntimos estados de conciencia, emociones y sentimientos con los que se enfrenta Simone ante la terrible situación en la que se ve abocada una persona (ella misma), frente a la enfermedad, la vejez y la muerte de su madre. El libro no se queda en un análisis psicologista sino que de manera reflexiva plantea toda una serie cuestiones filosóficas acerca del valor de la vida humana, pero en un momento concreto del devenir, cuando la enfermedad nos invade y ponemos todas nuestras fuerzas en pro de vencer a la muerte; perdurar un instante más, a cualquier precio, incluso al del martirio, la tortura, el sufrimiento y la humillación. El libro, a pesar de llevar escrito 45 años, continúa teniendo una gran actualidad, no sólo por los temas que ya he dicho sino por su aproximación a la Bioética, tan en boga hoy en todos los dominios públicos.

En un primer acercamiento encontramos tratado el problema de la ética médica:


¿Qué somos para los médicos, sujetos u objetos? En su dimensión de usuarios somos tratados como instrumentos de su área de saber. Una vez ingresados en un hospital todo queda a merced de las tecnologías de la salud, desde la decisión de las pruebas que te realizan hasta la consideración de que no es posible hacer nada más y que debes, eufemísticamente, recibir el alta. Una episteme que objetualiza al paciente asignándole un valor relativo y circunstancial: lo importante es estabilizar al enfermo, reanudar el funcionamiento normal de los órganos, “por el beneficio de los enfermos”; esa y no otra es la ética de Hipócrates y Esculapio.

También en cuanto a su moral de la mentira, "¿Sientes pasión por la verdad? Ya no podrás decirla. Habrás de ocultar a algunos la gravedad de su mal, a otros su insignificancia, pues les molestaría. Habrás de ocultar secretos que posees, consentir en parecer burlado, ignorante, cómplice. No te será permitido dudar nunca, si no afirmas que conoces la naturaleza de la enfermedad, que posees un remedio infalible para curarla, el vulgo irá a charlatanes que venden la mentira que necesita." Esta y no otra es la ética de Esculapio. Se miente por el bien del enfermo y en el más habitual de los casos, lo mejor es no hablarles, no contarles y no facilitarles información; a los familiares ni verlos, no sea que nos compliquen la vida teniendo que dar explicaciones sobre el origen, evolución y expectativas de la enfermedad.

Y en el último de los casos una reflexión del porqué de los cuidados paliativos; por qué vivir hasta el final ayudado a sufrir y a perder tu dignidad, aun a sabiendas de que el final será la muerte y no hay recuperación aceptable “A nadie daré una droga mortal aun cuando me sea solicitada, ni daré consejo con este fin. De la misma manera, no daré a ninguna mujer pesarios abortivos”. Esta y no otra es la ética de Hipócrates.

Pero además de la reflexión bioética el libro encierra dos reflexiones más:


Una acerca del conflicto emocional que experimentamos ante la tremenda situación de encontrarnos con una persona enferma y cuya degeneración inevitable nos torna impotentes ante su sufrimiento.

La otra es un ajuste de cuentas con el enfermo donde uno ha de aprovechar, aunque sólo sea para decirse a sí mismo, todo aquello de lo cual nos reprocharíamos si así no lo hubiésemos hecho.


DE LA HUMILLACIÓN DE SER ATENDIDO

Creo que son pocas las ocasiones en las que somos puestos en los aledaños de nuestro propio conocimiento, en los límites de nuestras emociones, asistiendo a nuestros sentimientos; asistiendo porque somos volteados por ellos. Se apoderan de nosotros y nos automatizan, vagamos por pasillos, calles, parques, plazas, cafeterías, como sonámbulos que impregnados por un fatum o deben inexcusable, quisiéramos decir al mundo cuán trágica se ha vuelto nuestra existencia.

Una vez situados en los márgenes, la razón que teoriza, justifica y emite juicios deja de servirnos. Carece de función alguna. Nos encontramos con el Yo emocional, nuestra inteligencia decisoria. En ese estado nos situamos ante nuestro desconocimiento. ¡No nos sabíamos así! Nuestras fobias. Nuestros miedos. Nuestras impotencias. Nuestros ascos. Todo nos estalla en la cara. Se produce un tremendo conflicto de valores, entre aquellos que siempre habíamos pensado y racionalizado y aquellos otros que en ese momento han de ser vividos. ¡Te llueven por todos sitios! Y tú, tragando hacia dentro, lejos de conseguir la apatía estoica. Tu serenidad no es el producto de un carácter equilibrado e imperturbable, sino el resultado que produce la quietud cuando pasiones de distinta carga y sentido actúan simultáneamente bloqueándote en una tensión autodestructiva.

Es un buen momento para el ajuste de cuentas. Repasar nuestra vida. Echarnos en cara lo que llevamos dentro y nunca quisimos pronunciar. Es un buen momento para conocer sus miedos, sus frustraciones, sus rencores. Y no sé por qué, instalarnos en el remordimiento, porque tienes la sensación de no estar haciendo todo lo que podrías hacer.

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