Delfos, Epidauro, Peloponeso, Corinto, Olimpia, el Estadio, Micenas, la Acrópolis; la encrucijada donde Edipo mató a Layo, el antro de la Pitia … Recorrer Grecia con Simone es una recreación de emoción y belleza. Un rememorar donde las bellas imágenes permanecen intactas, a despecho de toda desilusión.
Pero no son éstas las imágenes de las que habla Simone; no son las imágenes de la estética, la pintura o el arte, sino más bien las de la arquitectura del yo o de cómo nos proyectamos en lo social. En definitiva, el problema sigue siendo para la “esposa del existencialismo” cómo llenamos nuestra existencia.
En un juego de contraimágenes (proyecciones del yo) se entrelazan dos mundos, el de la protagonista Laurence y sus allegados, de una parte y el de su padre, símbolo de una realidad entregada a lo auténtico, volcada hacia el interior y cuya fidelidad no se encuentra en los objetos, sino en él; es por oposición a aquellos la visión pesimista de la ciencia y del progreso, la denuncia de la alienación y la estupidez de la sociedad en que viven. Si no existiera la contraimagen, el padre, realmente no podría apreciarse la vacuidad de la imagen, Laurence. Sólo porque existe lo auténtico conocemos lo inauténtico.
Y es ahí donde Laurence se descubre como una imagen preocupante por su falta de responsabilidad y conciencia de poder elegir, que ejemplifica en su profesión: creadora de slogans; mercader de seguridades, alegrías y confort; mercader de mentiras inertes y frías, como las propias imágenes; como las imágenes que dejamos aquí: imágenes que carecen de su magnitud real.
¡La imagen! Llegados a adultos nos formamos una imagen de nosotros, del mundo, de los nuestros, y no hay nada peor que el hecho de que se nos rompa o nos la rompan. Ya no es momento de modificar imágenes sino de superponerlas a lo que realmente las cosas sean.
Y sólo al final del libro la contraimagen, el padre, se vuelve imagen. Los libros, la música y la cultura son algo muy bonito, pero no son capaces de llenar una existencia. El intelectual es otra imagen: la de la alegría, la sabiduría, la autarquía, en resumen, un engaño más, otra imagen. Laurence no puede más y vomita, vomita todo: su vida y la de los otros, sus infidelidades, sus mentiras… pero como no podía ser menos en la obra de Beauvoir, de la crisis surge una iniciativa, una pars contruens: educar no es hacer una bella imagen.
Moraleja: todo es imagen, excepto yo, que escribo. Y es esto lo que le ocurre a la autora del libro, que gracias a descubrir el mundo como eikasía es capaz de comprenderse a sí misma como realidad capaz de romper ese círculo vicioso.
LAS BELLAS IMÁGENES:
- No discutir.
- Comportarse adecuadamente a la situación.
- Saber estar.
- Políticamente correcto.
- Correspondencia entre lo que soy y lo que creo que creen que soy.
- Armonía…
- Equilibrio…
- Y definitivamente: la vida como representación.
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